sábado, 23 de octubre de 2010

Nocturna


Un fragante perfume a poleo
por los campos llovidos flotaba
y encendían sus verdes faroles
luciérnagas vagas.
Yo me fuí por la hilera de álamos
que bordea la estancia,
entre el rudo chillar de los grillos,
evitando las húmedas matas,
y atisbando a lo lejos los bultos
de las lentas vacas
que cruzaban llamando al hambriento
ternero amarrado detrás de las trancas.

Un fragante perfume a poleo
metíase al alma;
y un lejano cantar del chingolo,
que el viento llevaba
y que hacía más triste y más largo,
de raros misterios pobló la jornada...

La laguna dormía apacible;
susurraban apenas las cañas;
extáticamente
yacían soñando las zancudas garzas;
alerteaba el tero;
los caraus recorrían sus bandas,
y un coro de sapos,
y otro coro más largo de ranas,
orquestaban la música triste,
música de lágrimas,
¡que no todos saben sentir en la noche
y no todos saben guardar en el alma!

En la vieja tranquera dormía
el terrible aguaraz; y la parda,
chillona lechuza,
haciendo equilibrio las cuevas rondaba;
o, cual un aeroplano, más brusca,
plegando las alas,
bajaba de pronto
para alzarse más tarde, endiablada,
danzando y danzando,
con un peregrino ratón en las garras.

Enhiesto en la loma
el oscuro potro relinchó sus ansias
y en los sauces mustios
temblaron las ramas
y temblaron también las estrellas...
Y el cencerro de la zaina vieja
extinguiendo se fue por la calma,
mientras, fieros, lanzaban los buhos
en medio de la noche su gran carcajada.

Por el largo camino invisible
una caravana
de borricos, pasó con un dejo
de gente cansada.
Iba cual si en su lomo llevase
una enorme carga;
y en el matemático
compás de los golpes de sus cuatro patas,
se diría que fuesen rezando
la oración de la flor de la alfalfa,
la oración de los pródigos campos
que se cubren de flores y matas
y dan a sus toscas narices abiertas
su fresca, su dulce, su noble fragancia!

Al confín de los montes, el zorro,
ese loco bohemio sin casa
que transcurre las noches en vela,
su hambre y sed gritaba.
Y desde los ranchos,
famélicos perros de lánguidas panzas,
a los cuatro vientos
al nocturno viajero ladraban
como, ¡cuántas veces,
en la vida humana,
esos "perros" inhospitalarios
le gruñen y ladran al que va sin casa!...

Por las carreteras,
los reseros, con voz apagada,
pasaban gritando:
¡Vaca!, ¡vaca!, ¡vacaaa!...
Y entre el rudo temblar de la tierra,
al pasar de la tropa cansada,
oíase a veces
esa dulce canción de nostalgia
con que nuestros paisanos, en medio
de todas sus penas, alegran el alma:
"¡Huella!, ¡huella!, ¡huella!,
huella de su casa:
si no ha vuelto hoy día
volverá mañana..."

Y en esa hora solemne, en que todo
se aduerme y se calla;
cuando líquidas perlas preciosas
pone el suave rocío en las matas
y un fragante perfume a poleo
por los campos llovidos embriaga;
cuando el pájaro sueña en el nido
las rosas de fuego que brotan las albas
y los rígidos árboles viejos
semejan fantasmas
y en un tenue reflejo la estrella
sus luces derrama,
yo he soñado también como un pájaro,
me he mojado lo mismo que mata,
y ha brillado un momento en la vida
la luz de mi verso, que nunca se apaga!

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