Qué lindo en noche estrellada
tenderse bajo el azul
cubrirse con el tul
de una luna desvelada,
para escuchar la alocada
serenata de los grillos
que bajo los espinillos
pulsan violines copleros,
mientras sapos laguneros
corean los estribillos.
La noche tiene sonidos
misteriosos e inquietantes
que galopan incesantes
sobre los campos dormidos.
Mezclado con los chistidos
de lechuzas agoreras,
el viento en las cortaderas
pone murmullos sedosos
cual arrullos vaporosos
de femeniles polleras.
Cuando precisa el cristiano
en sí mismo reencontrarse,
para poder serenarse
es bueno que acuda al llano.
Allí se siente el humano
a veces tan pequeñito
que puede quedar limpito
con tan sólo contemplar
la grandiosidad estelar
que nos brinda el infinito.
Soy de estos pagos sureros
donde la vista no alcanza
a medir en lontananza
el largo de los senderos.
Donde los vientos pamperos,
al estrujar los pajales,
crean voces fantasmales
que impregnan la inmensidad
con cantos de libertad
y relinchos de baguales.
Por eso canto estas cosas.
Por eso quiero estos pagos
que me perfuman, con vagos
vapores de miel y rosas,
con mañanas luminosas,
con ardientes mediodías,
noches con melancolías
por culpa de las guitarras
que a mi alma le han puesto amarras
y a mi mente fantasías.
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