jueves, 5 de agosto de 2010

Montaraz

(Foto: María Ramos Mejía)
¡Ni que hablar! Me le asiento a mi lobuno
pa desmontar risién, ayá, en la selva;
qué me importa que caiga cruel la helada
ni sea la noche enteramente negra!
Si hay fríos más intensos entuavía,
esos que al alma despiadados nos llegan,
como hay penas que enlutan nuestras almas
más que las sombras de la noche mesma.

¡Aura sí; ya cumplí mi juramento!
¡Tres puñaladas le prendí al sotreta!
Una, por la hija que perdió pa siempre
sumiéndola en la pior de las tinieblas!
Otra, por la finada; a quien la pena
clavó en su pecho su mortal asero,
y en una noche de dolor projunda
abrió sus alas, y voló pal sielo.

Y la última por mí; la más projunda,
porque en su filo mi puñal yevaba,
el veneno de muchos sinsabores,
la sentida humedá de muchas lágrimas;
el dolor de una herida que hacía tiempo
buscaba una ucasión pa la vengansa,
vengansa que rumié noche tras noche
palanquiao por la lus de una esperansa.

Nada me queda ya, sólo el olvido
cubrirá con su poncho mi esistencia
sepultando lo grande de mi alma
en la fosa sin lus de la inclemencia!

Adios, rancho; Adiós sierra, Adiós mis pagos!
voy pa la selva a sepultarme vivo,
juyendo 'e la justisia de los hombres,
que la justisia'e Dios, ha'estar conmigo.

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