- Me doy güelta...
- Tengo mano:
voy cien pesos al caballo.
- Pago... y me güelvo, señores.
.....................................
- Sota en puerta: ¡cosa'el diablo!
- Otra vez será, paisano.
- Ahura ha de ser, ¡qué caracho!
Pulpero: ¿qué precio le hace
a este tirador plateao?
- Cincuenta pesos... y pierdo.
- Alcance. Vaya tirando.
....................................
Los dedos del tallador
se hacen trenzas barajando
y el silencio cae a plomo
sobre el tapete manchado.
Afuera, como en racimo,
diez pingos desensillados
dormitan en el palenque
y entre el humo del tabaco
desde adentro llegan voces
saturadas de presagios...
- Van mis últimos cien pesos
a ese siete!
- ¡Tomo al gallo!
Miradas como puñales
se clavan en las dos manos
del tallador, forastero
que está de paso en el pago.
Cayó esa siesta al boliche
y entre convites y tragos
se fue metiendo de a poco
en la rueda de paisanos;
después, a la tardecita,
como "pa pasar el rato",
el hombre fue convidando
"pa'cer un truco de cuatro".
Ahora entre caña y baraje
la noche se va acortando,
mientras se alarga el cansancio
y el alcohol pesa en las manos,
sigue enyenando los vasos.
.................................
- Sirva, pulpero, yo pago,
siga enyenando los vasos...
.................................
Los dedos del ventajero
ya no trabajan tan claro;
la trampa se hace más sucia
y alguien, fresco, la ha notado
y se le crispan los dedos
sobre el acero envainado:
- ¡La plata de este cuchillo
contra ese cuatro de bastos!
(El aire se abre de un tajo
y queda el naipe ensartado
contra el tapete grasiento.)
Ya huele a sangre el tabaco
en aquél aire viciado;
la diestra, ya menos diestra
del tallador, vuelve al mazo
mientras la zurda temblona
va las pintas orejeando
y siente que en cada naipe
la muerte lo anda campeando:
se lo anuncian veinte ojos
que se han clavado en sus manos
y le hace ver que esta vuelta
si anda de suerte es finado.
Un miedo que ya es ahogo
se hace voz entre sus labios
y murmura quedamente
clamando por el milagro:
"Dios quiera no venga el cuatro..."
Aquellos paisanos mansos
no perdonarán la afrenta:
lo van a dejar tirado
con diez puñales adentro...
¿Devolverles lo trampeado?
Para el caso es lo mismo;
comprende que está jugando
su destino en la postura
y que ese naipe ensartado
en la punta del acero
contra el tapete engrasado
es su vida o es su muerte,
vida que pierde ganando,
vida que gana perdiendo.
Lo sabe y ruega el milagro:
"Dios quiera no venga el cuatro..."
Mueve los labios apenas
en aquél rezo pagano,
mientras la rueda paisana,
inquieta, se va estrechando.
Pinta espadas... es la sota...
una copa... acaso el cuatro...
No puede más, un suspiro
se le escapa pecho abajo,
le duele el naipe en los ojos.
..................................
- Apure, don -dice alguno,
y él sigue y sigue orejeando...
"Dios quiera no venga..." - ¡Cuatro!
grita una voz y otra brama:
- Ganó, señor... ¡y ahí le pago!
..................................
Luego un salto de pantera
con la enorme garra en alto,
un grito inmenso, un cuchillo
ahondando un pecho hasta el mango
y un hilo de voz y sangre
mojando el naipe estrujado:
"Dios quiera... no... venga... el cua..."
Fernando Ochoa, grande entre los grandes.
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