jueves, 12 de noviembre de 2009

Capataz de tropa




Aún me parece ver su cara seria
entre el montón de gente de la feria,
y el cálido fulgor de su mirada
bajo el chambergo de ala levantada.
El contraste purpúreo del pañuelo
le arrebola el hébano del pelo,
y la retinta blusa de lustrina
que abrochaba en el cuello una esterlina.

Sobre la faja pampa, como llama
a la rastra, entrelaza un monograma
prolongando el reflejo de su brillo
hasta el cabo de plata del cuchillo
y la bombacha blanca era una nota
de luz junto a su bota...

Lo estoy viendo apoyado en la tranquera,
desdoblando la sobada tabaquera
de buche de ñandú que en el derecho
tenía un bordado pálido y deshecho;
armar pausadamente un cigarrillo
calculando los kilos de un novillo.

Lo contemplo después entre el ganado
con un potrillo zaino ya enfrenado,
atajar con el poncho una ternera,
al viento la vistosa corralera
y diviso su mano al saludar
levantando el rebenque en el pulgar.

Alguien me dijo que debía una muerte,
agregando que fue por mala suerte...
Eso justificaba la tristeza
que le inclinaba un poco la cabeza.
Su silencio que siempre consentía
con un gesto que apenas respondía...

Y su mano nerviosa y recatada
como si la tuviera ensangrentada...
Yo no volví después por esa zona
ni supe nada más de su persona,
Aún andará en el pago si lo deja
el acérrimo avance de la reja.

No era hombre para cortas extensiones,
ni para batallar con los terrones...
Ha de seguir arriando la tropilla
hacia un confín de cardos y gramilla,
hasta perderse en el fondo de un camino
al galope corto del destino.


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