Don Abelardo Rufino
Estancia "La Santa Marta":
le hago llegar esta carta,
que lo haye bien, me imagino.
Y ya que somos vecinos
y como tal lo valoro,
casi en mis líneas le imploro
que me acepte sin tranquera,
mi disculpa más sincera
por la cuestión de los toros.
Mi muchacho me ha contao
que, de los nuestros, el overo;
se ha pasao a su potrero
arruinando un alambrao.
Y aunque en las casas se ha criao,
de grande se ha puesto malo;
y en cuantito me refalo
le da por hacer baruyo
como aura que con el suyo
peleando, han roto los palos.
También se habrá anoticiao
que hace poco un mancarrón
me dió un tremendo apretón
y estoy en cama postrao.
Pero en cuanto esté sanao,
ya que algo mejor me noto;
y el dotor le ponga coto
a tanto ungüento y emplasto;
iré a cubrirle los gastos
y a arreglar lo que se ha roto.
También mi hijo me contó,
que cumpliendo mi pedido
al ir a ver lo ocurrido
medio mal me lo trató.
Y si es que el chico entendió,
perdone que lo rebaje,
usted que es puro linaje
debe saber se me antoja,
que cuando un toro se enoja
no hay alambrao que lo ataje.
Es que los toros también
sienten amor a su modo
y a guampa resuelven todo
sin preguntar quién es quién.
En cambio el hombre pa bien,
con su clara inteligencia,
procurando con pacencia
que cualquier destino se abra
tiene el don de la palabra
para sanjar diferencias.
Pero tampoco está escrito
que los ricos y mandones
hagan valer sus razones
sin dialogar y a los gritos.
El rezo se hace bajito
y hasta al mismo Dios contenta;
en cambio el truena revienta
atribulando hasta el alma,
y en lugar de traer calma
agranda más la tormenta.
Mi carta solo refleja
Don Abelardo, el deseo
que este entripao medio feo
sea pronto historia vieja.
Soy manso como una oveja
aunque a veces me acaloro
y si por hay me encocoro
y usted me hace contrapunto
terminamos el asunto,
como lo hicieron los toros.
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