Rancho de adobe a dos aguas,
un chiquerito, dos perros,
un “malacara” estrellero
y una guitarra partida
son las cosas que la vida
le ha dejao al criollo viejo.
Al ladito ´e la laguna
donde llueven cuatro sauces
sabe verse a Don Rosales
trenzar un botón de tientos,
estirar un lazo nuevo
o arreglar unos bozales.
Como todo rancho humilde
tiene su riqueza adentro:
cuchillos, espuelas, frenos,
maneas, riendas y taba,
un catrecito, una pava
y una olla pal´puchero.
Comentan que fue baquiano
pa´la doma y la pialada,
ligero pa´la “vistiada”,
enlazador contra el campo;
juventud de un amor blanco
que se le murió en el alma.
Si descuelga la guitarra
con sus manos de madera
toda la tierra lo espera
para beber de su boca,
y en cuanto canta una copla
viene el viento y se la lleva.
Es rey de las soledades
porque cultivó el silencio.
En el creció y se hizo viejo.
Con el morirá algún día,
sin llantos ni despedidas
con su caballo y sus perros.
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