martes, 1 de julio de 2008

Barbucho


¿Te acordás, Barbucho?
Si no jue un domingo, le pasa raspando...
Yo estaba en mi rancho, masticando un pucho
d'esos qu'en la boca dejan gusto amargo,
cuando vos llegaste, ¡yo ni sé de dónde!
y a partir d'entonces comenzó el milagro.
¿Te acordás, Barbucho?
Ahí no hicieron falta las presentaciones
como en tantos casos
necesita el hombre pa dentrar en tratos,
ni las referencias o el pedir de informes,
que al final de cuentas sirven pa clavarnos.
Me jue suficiente saber qu'en las patas
tráibas la flojera de un trotiar muy largo
y leer en el arco de tus costillares
lo qu'escribe el hambre cuando s'es honrado.
¿A qué más informes?
¿Y acaso vos mesmo no llegaste al rancho
sin más referencia que la de tu istinto,
que te iba diciendo que el dueño era un gaucho?
Y ya ve, mi perro: dende aquél entonces
llevamos cumplido cerquita del año
sin qu'entre nosotros haiga "un más" o "un menos"
pa echarnos en cara, como los crestianos.
¿Dice que me debe? ¡No piense zonceras!
¿Qué vale ese güeso que le habré alcanzado
o esa matra vieja que tiré en el suelo
pa que su osamenta descanse en lo blando?
¡Conteste, Barbucho! ¿Qué vale esa sobra?
¿Qué vale esa nada si yo la comparo
con ese desvelo que pone en las noches
pa cuidar lo poco que queda en mi rancho,
con esa confianza que tiene en su dueño,
con esa pacencia que sigue mis pasos
y ese gusto sonso de ir tragando tierra
cada vez que salgo montao a caballo?
No me mire ansina, ni mueva esa cola
como quien no quiere seguir escuchando;
que ya ando con ganas, amigo Barbucho,
de soltar los rollos que tiene mi lazo.
Esa tardecita, cuando usté llegaba,
yo tenía una cuenta pa cobrar, de "algo"...
de algo que se cobra solamente en sangre
y a la vez se paga con encierro de años.
Y usté se me vino como un viejo amigo;
me miró a los ojos tal vez barruntando
la soncera grande que cometería
si me doy el gusto de ir a buscarlos,
y meneó la cola como pa decirme:
"No se pierda, amigo, por tan poca cosa;
si nada se gana con dir y matarlos".
¡Me valió el consejo! Aura ya soy otro.
Soy capaz de verlos y seguir de largo.
¡Y eso porque pienso, mi amigo Barbucho,
que ha de ser muy fiero tener que separarnos!


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