(Foto de don Luis Acosta García)
Don Luis Acosta García,
bardo que admiro y venero,
rindo culto a su memoria
desde el nombre al esqueleto.
Pero por más que lo admire
y rinda culto a su verso,
no puedo rendirle culto
en lo que no estoy de acuerdo.
Sobre el Hospital Muñiz
cantó tan profundo compuesto,
haciendo citas de la
historia de cada enfermo.
Y nos invitaba a enviar
un socorro al lazareto,
sitio de muerte y olvido,
de anonimato y silencio.
¿Que no le sería gravoso
el desprenderse de un peso?
Para donarles, decía,
ropas, vendas y remedios.
Pero yo respondo que
si ya no tienen remedio,
si son piltrafas humanas
desahuciados por los médicos.
Que si ya no tienen cura
y es invencible el flagelo,
y no obedece a la ciencia
la enfermedad del enfermo.
Si es un ¡ay!, que pide a gritos
que lo quiten del tormento,
que agoniza y no se muere,
que apesta y que huele feo.
Más vale ante lo imposible,
sin que se entere el enfermo,
que le dieran una droga
de rapidísimo efecto.
Que los fulmina en el acto,
que los salve del infierno,
y libre a miles de seres
del cautiverio dantesco.
Pues los internan porque
ninguno quiere tenerlos;
los miran como a un peligro,
como enemigos directos.
El ser más noble y querido
no quiere cargar con ellos,
y por temor al contagio
los tiran al lazareto.
Unos porque tienen asco,
otros porque tienen miedo
y como nadie los quiere,
todos le niegan su afecto.
Por eso lleva el leproso
el odio dentro del pecho,
por donde pase su ser
deja un rastro de veneno.
Porque sienten en el alma
el irascible deseo
de hacerle daño a la vida,
de apestar al mundo entero.
Manosean una fruta
y la dejan con desprecio,
para injertarle la peste
al que la compre más luego.
Y refriegan las monedas
en los granos purulentos,
porque saben que el contagio
rueda en el germen disperso.
Es una lacra que toca,
que roza su labio enfermo,
en los bordes de una copa,
en las grietas de un cubierto.
Escupe sobre una flor
en las gradas de un colegio,
en las páginas de un libro
en donde toquen sus dedos.
Son viruelas que acarician
y dan el beso siniestro,
humor que odia, que maldice
y que nos hiere en silencio.
Pestilente con palabras,
llagas que tienen talento,
supuraciones que lloran
y añoran más de un recuerdo.
Montones de pus con ojos
que hacen señas sobre el lecho,
muecas que yacen con vida
y que para el mundo han muerto.
Al verlos se me parecen
una procesión de espectros,
que hacen erizar la carne
y ponen de punta el pelo.
He visto con amargura
las orejas de un enfermo,
largas como las de un asno
que hieden a cerdo muerto.
Que parecen dos espigas,
dos racimos de pus seco,
como un panal de materia,
de humor amarillo y negro.
A quien se le caen los labios
en cachos de carne y cieno,
y en donde tuvo la boca
tiene un agujero, un hueco.
Como una rendija sucia
que es garra y escupe puerco,
y muestra unos dientes largos
como si estuviera riendo.
Otro tiene la nariz
como un sapo virulento,
una plasta de materia
que hace sentir asco y miedo.
Que se le pegan los labios
como un parche, como un sello,
hay que operarle la boca
para que trague el sustento.
A quien se le caen las uñas
con los pedazos de dedos,
y le cuelgan como tiras
lonjas podridas de cuero.
Uno que clama por Dios
mientras solloza en silencio,
creyendo que su dolor
es un castigo del cielo.
Otros saben que viven
porque se les oye el eco
pues dan gritos guturales
como el ladrido de un perro.
Llagas que despiden pus
por donde asoman los huesos,
entre las carnes podridas
y deshilachados nervios.
Que las ropas interiores
se le pegan en el cuerpo
y les arrancan con ellas
los pedazos de pellejo.
Pienso que sería humano
elevarse al Nazareno,
que se les diera una droga
de rapidísimo efecto.
Que los fulmine en el acto,
que los libre del infierno,
y libre a esos pobres seres
del cautiverio dantesco.
Pues resulta una herejía
encerrar tanto tormento,
guardar el dolor de tantos
para que nos den consuelo.
Rendirle culto a la peste,
al contagio, al lodo, al cieno,
como si fueran reliquias
históricas de un museo.
Es la muerte que camina,
peligro que va tras nuestro,
que aulla, que silba, que ruge,
la LEPRA es un lobo suelto.
(Pintura de Benito Pietro: " Padre Damián de Molokai")
(Foto del Cura Brochero con lepra)