miércoles, 30 de noviembre de 2016

Pichón


(Foto: Diego Gallego)

De un ranchito de terrón
al apagarse el lucero
como de un nido de hornero
se ve asomar un pichón,
su plumaje es un jirón
de lo que fue una bombacha,
una camisa de hilachas,
en el pescuezo un pañuelo
y arrastrando por el suelo
lleva un bozal y una guacha.

Parece que lo han tallado
con la punta de un cuchillo
y como crin de potrillo
tiene el pelo alborotado,
de la madre le ha quedado
en los ojos la belleza
y en el gesto de fiereza
se le adivina el coraje
que en su corazón salvaje
grabó el padre con firmeza.

Nunca tuvo un compañero
para llamarlo "su amigo"
y es el único testigo
de sus penas: "el Nochero";
él dejó de ser mañero
sintiendo en el costillar
apenas el talonear
que aquél pichón apuraba
cuando su cuerpo inclinaba
para hacerlo galopar.

No conoce las ternuras
de una mano cariñosa
y su frente sudorosa
jamás supo de dulzuras,
sabe sí de la bravura
con que lo acaricia el viento
y aprendió con el acento
de algún pájaro cantor
a saber lo que es dolor
y a qué se llama lamento.


martes, 29 de noviembre de 2016

Adios (Estilo)


(Pintura: Aldo Chiappe)



Yo soy la luz que declina
cuando la tarde se muere,
yo soy la espina que hiere,
condenada a ser espina;
soy la fugaz golondrina
que se fue y no volverá,
yo soy el eco que va
rodando extraños lamentos,
polvo que llevan los vientos
y que en polvo quedará...

Soy la taciturna sombra
sin amparo ni destino,
a quien nadie en el camino
ni la mira ni la nombra...
Yo soy la pena que asombra,
incomprendido dolor,
guitarra de un payador
que dejó su gloria trunca,
¡amor que no llega nunca
a pesar de ser amor!...

Soy hoja que arrastra el viento
desde el árbol desolado,
pájaro desorientado
que canta el propio tormento;
apagado firmamento,
sin la estrella de la suerte,
donde, más que viva, inerte,
-en las horas del capuz,-
sólo me alumbra la luz
del lucero de la muerte...

Yo soy la sonrisa triste,
la mueca disimulada
entre una pena callada
y un halago que no existe...;
gajo mustio, que resiste
sin el ropaje estival;
el agotado raudal
del río de tu alegría,
panal seco de ambrosía
que ayer fue rico panal!

Yo soy la penumbra vaga
que se pierde en las distancias;
la luz fátua de unas  ansias,
que se enciende y que se apaga...;
yo soy la maldita daga
de los crímenes de amor;
soy el horrendo fragor
de los deletéreos rayos,
la causa de tus desmayos,
la culpa de tu dolor!

Adiós, desde el fondo obscuro
de mi penumbra, te digo;
ni te amo ni te maldigo,
ni olvidarte te lo juro.
En este trance tan duro
anhelo, sólo, a la vez,
una tumba y un ciprés,
tu sombra imperecedera
a mi lado, cual si fuera
un centinela a mis pies!

domingo, 27 de noviembre de 2016

El cencerro



Melancólico cencerro,
cansado de rodar leguas,
al pescuezo de las yeguas,
por la llanura o el cerro;
tienes música de entierro
que hay veces que, con afán,
tu monótono "tan-tan"
nos brinda, en sus expresiones,
las errabundas visiones
de las cosas que se van....

Sólo pena y decepción
tu música sintetiza,
como la fría ceniza
de un extinguido fogón.
Una gran tribulación
siéntese, tu eco al vibrar;
y tienes, al repicar,
la canción con que te inmolas,
el mal de las tardes solas
cuando empieza a lloviznar...

Del monte espeso al guardarte
en la gran desolación,
comunicas la impresión
de que pronto has de apagarte...
Cual derrotado estandarte
te bates en retirada;
mas como la clarinada
de tu victoria final,
cantas un himno augural
¡el alma de la yeguada!

Entre el quebrar de las hojas
que amustia el alma campera,
te vas por la carretera
repitiendo tus congojas...
Grave tascar de coscojas,
de palenques el temblar,
se oye... y tu débil sonar,
ya a la hora del tramonto
es anuncio de que pronto
te tendremos que enterrar.

Yo no sé quién te inventó
(algún gaucho ha de haber sido)
ni en qué pago tu sonido
por vez primera se oyó.
Ignoro si alguien cantó
la pena que en tu son narras;
-armonía de guitarras
en postrer nota sensual-,
¡dolor del sauce otoñal
donde mueren las cigarras!

Tú fuiste la voz campera
que llenó los horizontes,
la música de los montes,
solaz del alma viajera;
consuelo de la tapera
cuando arreció el vendaval;
y con expresión cordial
has traducido a tu idioma,
¡la proeza de la doma
y las destrezas del pial!

Entre la fresca sonrisa
que de los campos emana,
parece que en la mañana
llamando, fueras, a misa...
El ave que va de prisa
detiénese al oír tu son;
y con recogida unción
se vuelve el campo profundo,
que no hay cosa en este mundo
sin su santa religión.

Tus graves melancolías,
tus azares, todos, son
inquietud y desazón
para las nostalgias mías.
Yo sé que en vano porfías
por recobrar tu vigor,
y advierto con sinsabor,
de tu música en los giros,
¡que tan sólo son suspiros
tus tintineos de amor!...

Te vas, música indecisa,
entre sombras y aleteos,
arrastrando los trofeos
de tradición, muy a prisa.
Lanza sarcástica risa
la fiera lechuza al verte,
y cual llorando tu suerte,
en la tarde que se va,
¡te está gritando el chajá
el alerta de la muerte!

Desde los montes (Estilo)


(Pintura: Silvina Aguilar de Cardoso)


En el espeso talar
donde se expande mi anhelo,
como el espejo del cielo
te quisiera reflejar...
Y la tarde al declinar,
entre la niebla confusa,
quisiera hacerte mi musa
y la flor quisiera ser
que encienda tu amanecer
y que perfuma en tu blusa...

Yo quiero ser turbio río
que se aclara en la barranca,
por darte, en su espuma blanca,
todo el profundo amor mío.
Puma montaraz, bravío,
en la selva de tu vida
quiero ser; y la florida
promesa del buen regreso,
rubricada con el beso
que tiene la despedida...

De la selva en la espesura
yo quiero ser el panal
de buena miel cordial
por si sufres la amargura.
Calandria de la voz pura
quiero, en tus ramajes, ser,
y así poderte ofrecer,
mi canción, como un reclamo,
en el marchitado ramo
de mis nostalgias de ayer...

Yo quiero ser el cedrón
que en tu ventana echa aromas,
como un nido de palomas
en una eterna canción...
Íntima modulación
del viento junto a las ramas,
la tumba de tus retamas,
quiero ser, sin artes necias,
y todo lo que desprecias
y todo lo que más amas!

Yo quiero ser tu cantor
y como un valiente pecho
subir, cantando, el repecho
de las lomas de tu amor...
Yo quiero ser el cultor
de tu dicha sin testigos,
y ampararte en mis abrigos
como se ampara en su afán,
la gran promesa del pan
en el oro de los trigos!

Quiero ser el árbol bueno
en que tu amor haga nido,
y en algún monte de olvido
darte mi aliento sereno.
El hondo suspiro pleno
de la gran naturaleza
quiero ser; y en tu tristeza,
-páramo de soledad-
dejarte la caridad
de mi infinita terneza.

En un fatal cataclismo,
todos del amor los lazos,
te recibiera en mis brazos
si rodaras del abismo!
En el espasmo del sismo,
de la noche en el terror,
del huracán al fragor,
frente al cruel destino adverso,
por el puente de mi verso
podrá salvarse tu amor!

Mas si al subir tú a la estrella,
moribundo el astro mío,
se apaga y cae al vacío,
me será la muerte bella.
Junto a Dios, sé que tu huella
ningún otro seguirá;
mi amor te perfumará
con su postrimero broche,
y en el dolor de mi noche
tu aurora reventará.

El pozo






Obscuro pozo sombrío
que poco a poco te agotas,
como las últimas gotas
de pasión, del amor mío;
las nostalgias del estío
parecen tornar a ti,
y aún estoy mirando aquí,
al volver la primavera,
a la moza quinceañera
de la bata carmesí.

Bajo la niebla invernal
tu silencio apesadumbra
como la fría penumbra
de alguna pena letal.
Tu alma triste, en el brocal,
trasunta graves congojas,
y en las margaritas rojas
que en ti van a perecer,
te canta el amanecer
la elegía de las hojas!...

En el musgoso crucero,
-cual símbolo de la muerte-
te da su chistido fuerte
el lechuzón agorero...
Solitario y lastimero
pidiendo agua el grillo canta,
y en la soledad que espanta,
el cielo, en su gran piedad,
para cubrir tu orfandad
arroja a tus pies su manta...

Cuando asoma la mañana
y el rocío va goteando,
parece que está llorando
tus lágrimas, la roldana.
La brisa, al pasar ufana,
te musita una canción,
y con íntima emoción,
quizá añorando tus cuitas,
las humildes tortolitas
gimen tu tribulación.

¡Viejo pozo de la estancia,
cuando el recuerdo llovizna,
me pareces una brizna
de tu pasada arrogancia!
Tu música, a la distancia,
era arpegio y era flor,
y en las noches de esplendor,
cuando brilla el plenilunio,
¡Cuántas veces su infortunio,
te ha contado un payador!

Yo te debo la frescura
de mis raudas primaveras,
como le deben las eras
al cielo, la mies madura.
A tu lado, mi ventura,
no tuvo fin ni control,
y entre embriagueces de alcohol
quemé todos mis amores,
¡como se queman las flores
en los incendios del sol!

Pienso que no puede ser
que, como el pájaro amigo,
torne a compartir contigo
tiempos que no han de volver!...
Tu altiva historia de ayer
hoy tan sólo habla de ocasos,
y como atado a los lazos
de algún designio fatal,
te debates en el mal
que te está haciendo pedazos!

¡Ojalá que pueda un día,
en tu frescura sin par,
la sed del alma aplacar
que padezco todavía!
Se muestra la lejanía
como queriendo llover...;
y en el triste atardecer,
ya sin el piar de un nido,
igual que un pájaro herido
está aleteando mi ayer!

Ya no está, ya no está aquí,
baldeando el agua dormida,
la buena moza garrida
de la bata carmesí.
No puedo olvidar en ti,
viejo pozo de la estancia,
tu pretérrita arrogancia,
tus madrugadas de amor,
y te sueño como a flor
que perfuma a la distancia...






sábado, 26 de noviembre de 2016

Flor de Romero (Estilo)


(Foto: Zorzal colorado /Turdus rufiventris)



Otra vez, como el zorzal
de la enramada campera,
vuelvo con la primavera
a tu florido rosal.
El gaucho sentimental
soy, que en tus rejas cantó,
y una lágrima vertió
cuando, a su dolor, tirana,
te asomaste a la ventana,
para decirle que no.

Y porque al fin comprendiste
mi querer grande y sincero,
le diste al gaucho trovero
lo que a ninguno le diste...
Yo borré  la pena triste
que estaba anidando en mí;
y cuando, cerca me ví
de triunfar sobre tus galas,
como un pájaro las alas
de mi esperanza batí!

Mas luego, en mi corazón
que era una planta marchita,
floreció la margarita
de mi perdida ilusión.
Mi guitarra su canción
alzó en la noche estival,
y en el florido rosal,
con singular embeleso,
dejó su vibrante beso
mi serenata triunfal...

El tiempo, a sus esquiveces
en el afán de acercarme,
me dio ocasión de alejarme
y de olvidarte cien veces;
pero yo, en mis altiveces,
firme al amor que juré,
más desde entonces te amé,
y apasionado en mi orgullo,
mi corazón sobre el tuyo
como una flor deshojé...

Pero a pesar del afán
con que mi labio te nombra,
a veces, como una sombra,
mis esperanzas se van.
Entonces pienso que están
lejos mis glorias que ví,
y al recordar que por tí
es la duda que me inquieta,
vuelve a clavar su saeta
la pena dentro de mí.

Por eso, cuando el dolor
en mi pecho hinca su garra,
en mi sentida guitarra
busco el perdido valor.
Y cuando en mi sinsabor
no puedo alzarme triunfal
y tu amor sentimental
recuerda al mente mía,
siento la melancolía
de aquella noche estival...



(Foto: Flor de romero/ Rosmarinus officinalis)

sábado, 5 de noviembre de 2016

La guitarra


(Foto del payador Gabino Ezeiza)



Tiemblan las cuerdas hervidas
al imprimirlas mis dedos
es de lamento el remedo
que me convida a llorar;
y es el ¡ay! de cada nota
cual si se fuera quejando
a mí me están enseñando
cómo tengo que cantar.

Esta guitarra que toco
y tiene tanta armonía
se liga a la vida mía
por una secreta unión;
sin ella yo no podría
cantar en este momento,
como canto con su acento
lamentos del corazón.

Es de pino y en un tiempo
gallardo en una llanura
con su gigante figura
se vió en los campos crecer;
allí anidó la torcaz,
la calandria y el jilguero,
hasta el loro barranquero
llegó su rama a romper.

O las noches de tormenta
que cuando relampagueaba
de lejos se divisaba
y allí se fué a guarecer;
luego sacando un cuchillo
dejó su nombre grabado,
diciendo: -"Me has amparado
otro día he de volver".

Su piña rica y hermosa
que cuando va madurando
se va de por sí volteando
de su base alrededor;
cuántas veces el viajero
el hambre satisfacía,
cuando cansado venía
a guardarse del calor.

A esa calma que le pinta
viene el furor estupendo
de algún huracán tremendo
sus gajos a quebrantar;
él se repone de nuevo
y vuelve a elevar la frente,
más ¡oh! martirio inclemente
lo empieza a codiciar.

Viene el leñador, lo mira
con un afán receloso,
diciendo que es muy hermoso
porque lo quiere cortar;
alza la vista a su copa,
al ver su talla gigante
con su hacha en el instante
él lo empieza a desmembrar.

Golpe tras golpe le asesta
hasta que al fin ya vencido
cae al suelo el pino herido
por el leñador sagaz;
y su copa portentosa
la cual tanta sombra hacía
queda convertida al día
en un tirante no más.

Al aserrador lo vende,
éste, luego en mil fragmentos,
lo corta y vende al momento
con muy diversa intención;
para bancos, para mesas
siempre se le da el destino
y la guitarra de pino
de general condición.

Ahora objetos tan diversos
cada uno llega a su esfera,
con la guitarra pudiera
un amante seducir;
porque oyendo los acordes
de tan precioso instrumento
va explicando con su acento
lo que él tiene que decir.

No es tan fina la madera
como encierra la armonía,
la perfecta analogía
que pretendía buscar;
en mi semblante, señores,
no se nota el sufrimiento
más se comprende al momento
porque lo expreso al cantar.

Cuando te extingas o mueras
no se ha de acabar tu gloria
quedarás en la memoria
del mortal que te formó;
se ha de acordar con orgullo
el amante afortunado,
que tú le has acompañado
cuando a una reja cantó.

Tal vez diga: -"La guitarra
que tenía era tan buena
que a mí me ha causado pena
cuando la he visto romper".
Por ejemplo, si en un clavo,
antes la tenía colgada
y la cuerda se cortaba
como suele suceder.

Después al grato recuerdo
de tan precioso instrumento
convertido en mil fragmentos
te han de querer conservar;
o si te cuelgan afuera
al pasar la brisa suave
lanzarás notas al aire
con acento funeral.

Tus cuerdas enmohecidas
las irá el tiempo cortando,
y la araña irá formando
un finísimo sedal;
luego, si el dueño no muere
llega por fin ese día
de que alguna mano impía
te quiera al fuego arrojar.

Tus cenizas esparcidas
alrededor de la lumbre
tal vez en el aire zumbe
del que te quiera quemar;
una armonía que él sienta
bastante desconocida
te desprendes de la vida
pero llorando no más.

Así yo como este pino
por el mundo divagando,
a todos les voy cantando
quien me pudo acompañar;
es tan sólo la guitarra
que en mi escabroso camino
acompaña mi destino
para ayudarme a llorar.

Quién sabe si con tu suerte
te conformas todavía,
lanzando dulce armonía
y habitando en un salón:
yo creo que aunque de seda
se compone tu ornamento,
quisieras por un momento
volver a tu condición.

Y yo tras de un imposible
corro siempre apresurado
y creía haberla tocado:
sólo lo puedo soñar;
haré como tú no puedes,
volver a ser lo que he sido,
también estoy convencido
que nada puedo alcanzar.

Confórmate con tu suerte
y yo también con la mía,
tú lanzando tu armonía
vas de mi lamento en pos;
como amantes desdichados
tú gimiendo y yo llorando,
vamos el mundo cruzando
hasta perdernos los dos.

Aunque tú eres insensible
al dolor y al sufrimiento,
como la palma que al viento
hace gemir al pasar;
la mano imprime tus cuerdas
y el dolor que yo sentía,
remeda con tu armonía
lo que tengo que llorar.

Plagiando el dolor humano
van las cuerdas con tu acento,
como autómata instrumento
por extraña voluntad;
pero yo que siempre canto
todas las penas que siento,
bien se comprende al momento,
la diferencia que habrá.

Tú guardarás el secreto
de la existencia de un paria,
hasta la última plegaria
que al mundo dedicaré;
serás la fiel compañera
que conmigo irá rodando,
y en todas partes cantando
las penas que yo pasé.

Tú serás la que del lecho
colgada a la cabecera,
quedarás cuando yo muera
mirándote al expirar;
y tal vez en mi agonía,
tendiendo hasta tí mi brazo,
al dar mi último paso,
te haga una nota arrancar.

De atardecida


(Pintura: Luis Nuñez)



Por la ventana mirando
mientras tomo un amargo,
de repente me hago cargo
el cielo está rezongando;
un potrillo retozando
pasa frente de las casas,
al criollo puro de raza
lo sigo con la mirada
mientras pongo "la tiznada"
a un costado de las brasas.

Salgo, muento en el tobiano
-vivaracho, coscojero-
lo cambio por el nochero,
petiso de pelo ruano;
lo desbazo de las manos,
el tuse le emparejé,
al potrero lo largué
por el monte reparado,
después que guardé el recado
freno y rebenque colgué.

El radio estaba prendido,
mientras cambio de alpargatas
dan la noticia ingrata:
¡otro poeta ha partido!;
me quedé mudo, perdido,
ya no sopla el pampero,
tampoco canta el hornero,
el cielo empieza a gotear,
mejor dicho a lagrimear
por Don Luis Domingo Berho.


Estoy muy triste pensando
en eso que ha pasado,
los pájaros han callado
a los pichones cuidando;
cuenta Chamorro cantando
de galpones carcomidos,
que la chata se ha rendido,
y el poeta, imaginando,
ve a un linye caminando
entre los rieles perdidos.

Despacio me va copando
la noche con sus hechizos;
un libro de Carlos Risso
recién estuve hojeando.
Una lechuza chistando
lo pone nervioso al perro,
el silencio del cencerro
me convida a descansar,
y antes de irme a recostar
acaricio el "Martín Fierro".



El agregado

(Dibujo: Eleodoro Marenco)



En un tiempo ya pasado
que se pierde en la distancia
en el puesto o en la estancia
solía verse al "agregado".
Si el patrón o el encargado
su permiso concedía,
él allí su real tendía
dando vuelta en la ranchada,
dedicado a no hacer nada
así pasaba los días.

En un potrero del bajo
él sus caballos largaba,
y alguna oveja carneaba
por hacer algún trabajo.
Y pa'no andar a destajo
meta mate en la cocina
si tenía lonja fina
trenzaba que era un primor
alguna linda labor,
completando su fajina.

Si una changa se le daba
debía ser de su agrado,
si era trabajo pesado
¡de seguro se enfermaba!
Cuando plata le faltaba
rumbeaba pa'l cañadón
a cazar algún nutrión
o tal vez un ave fina...
que cambiaba allá en la esquina
por yerba, naco o porrón.

La taba


(Foto: Ariel Achilli)


Para el gaucho de esta tierra
era una prenda la taba,
tan hondamente querida
como lo fué la guitarra;
y más para el gaucho aquél,
primitivo de la pampa,
el de chiripá bordado
y de tirador de plata;
ese que siempre llevó,
como consigna sagrada,
una cosa alta: el orgullo;
y otra cosa grande: el alma.

Ahora, en las pulperías
y en las tiendas de campaña,
es un delito "penado"
hacer uso de la taba.
También la riña de gallos
prohibióse a la paisanada;
y, tal vez, dentro de poco,
ha de callar la guitarra,
bajo el mandato implacable
de las leyes arbitrarias...

Cuando recuerdo estas cosas
que poco a poco se acaban,
siento como si mis ojos
juntasen algunas lágrimas...
Entonces pienso en mi vida,
que es lo mismo que la taba,
que a veces cae de suerte
y otras del azar se clava,
hasta que un día, como ella,
concluya: tal vez mañana...
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Tomado de "Agreste", 1917.-