domingo, 3 de junio de 2012

La Quica

(Pintura y dibujos de Juan Arancio)



Hay allá en la pampa muerta
un rancho de mala muerte.
Sin ni una puerta, de suerte
que, como no tiene puerta
y el marco si hay viento fuerte
en mil formas se convierte
y a quedar quieto no acierta.

Constantemente se hamaca
aquel rancho sin reboque
se caerá en cuanto lo toque
al rascarse alguna vaca.
Lo habita una vieja flaca
que vive con una chica.
La chica se llama Quica
la vieja doña Siriaca.

Quica sólo está de farra
si juega con algún perro,
y al cogote algún cencerro
con una soga le amarra,
más si la vieja la agarra
no se libra de un mamporro,
pues siempre hay algún cachorro
que la ropa le desgarra.

Por cualquier cosa la reta
o de unos cuantos moquetes
le colorea los cachetes.
O le da con la chancleta.
Que el día que ella se enjeta
y se le vuelan los patos
disparan hasta los gatos
porque ella nada respeta.

Unas cuantas vacas pampas
tienen que un campo le ocupan
sus terneros las rechupan
y horrorizan sus estampas.
Sus aspas enormes grampas
parecen y si se avispan
los nervios a uno le crispan
al ver sus tremendas guampas.

Ya cansa esta vieja chueca
tanto embromar con sus vacas
cruan las patas de flacas
y pretende hacer manteca.
Siempre alguna se le enteca,
tienen las panzas como arcos
y toman agua en los charcos
o no toman cuando hay seca.

Caminan como los patos
con sus pezuñas grandotas.
Con tamañas pezuñotas
andan como con zapatos.
Por los tantos malos tratos
casi caminan a gatas.
Y en el suelo con las patas
van haciendo garabatos.

Dos por tres les da una zumba
y de palos una tromba
les descarga y las abomba
o de un empujón las tumba.
O si los perros les chumba
maniatadas en el tambo
como bailando el malambo
salen todas en balumba.

Tienen un caballo flaco
que ya el pobre vale poco,
es un matungo bichoco
más peludo que un guanaco.
Suele ponerse bellaco
cuando lo sube la Quica
ya la conoce a la chica
y empieza a hacerse macaco.

Ver el caballo conduele
pues tiene una mata sola
de la cruza hasta la cola,
y cuanod la Quica suele,
para salir dele y dele,
subir al matungo en pelo,
el pobre se va hasta el suelo
por lo tanto que le duele.

Primero al galope arranca
pero en cualquier barro blanco
el caballo queda manco
y le empieza a hacer retranca.
Es por que también de la anca
ha quedado algo lunanco.
Y se va a buscar al tranco
las vacas cabeza blanca.

Un día sale temprano,
es una tarde divina,
y ve, mientras que camina
algo así como un pantano,
y al parecerle cercano
corre a ver esa laguna,
más no hay laguna alguna
son espejismos del llano.

A medida que ella corre
aquél pantano se borra,
y por más que corra y corra
no llega antes que se borre;
tanta distancia recorre
que al volver el rumbo yerra
y la noche se le cierra
donde nadie la socorre.

Entre sobresalto y chucho
camina toda la noche
y se encuentra a troche y moche
con algún animalucho.
Las lechuzas andan mucho,
y si grita esta avechucha,
se estremece cuando escucha
a este agüero pajarucho.

Si chilla algún pajarraco
o algún lechuzón macuco,
tiembra de miedo a algún cuco;
o si cruza algún mataco
le talonea el sobaco
al matungo y se sofoca,
o si ve una mata loca
ya cree que es un bicharraco.

Se le figura un muñeco
un cardo que el viento hamaca
o bien cree que se le atraca
caminando un hombre chueco,
el caballo pisa un hueco
y grita al oir tucu-tuco
y es que escaba un tucutuco
y hace este ruido tan seco.

Un zorrino al trotecito,
con la cola paradita,
le sale ante ella cerquita;
y ella al verlo tan bonito
se le acerca despacito
porque se cree que es un gato,
y la perfuma barato
el cochino animalito.

Se sigue su mala racha,
y así después de andar mucho,
encuentra un animalucho
que tira tierra y se agacha;
se le salta a la muchacha
el corazón de entre el pecho,
y es que ha visto en un repecho
hacer cueva una vizcacha.

Perdida nada resuelve,
y en vano es que algo resuelva;
deja al caballo que vuelva
y el caballo solo vuelve.
Gran oscuridad la envuelve
está muy lejos el alba,
pero al rancho sana y salva
el caballo la devuelve.

Llega hasta el rancho sin puerta,
que lo agita un viento fuerte,
y, contenta con su suerte,
transpone su puerta abierta.
Doña Siriaca está muerta,
su respirar no se advierte.
Parece la misma muerte
con unos ponchos cubierta.

Hay tormenta: se oye un zumbo
en toda la negra comba
del cielo, como una tromba
de piedras que van sin rumbo
rodando tumbo tras tumbo
en una infernal balumba
y chocan y ¡Catapumba!
se sigue un sordo retumbo.

De pronto con reciedumbre
empieza a llover, y alumbra,
con esa luz que deslumbra,
de un relámpago la lumbre.
Y Quica en su incertidumbre
de ver tanta agua se asombra
y la ensordece en la sombra
el ruido de la techumbre.

El fuerte pampero zumba,
del mojinete hace un rombo,
para adentro lo hace combo
y una pared se derrumba.
En sus oídos retumba
estrepitoso derrumbe.
Cae un rayo, allí sucumbe.
Y es el escombro su tumba.

Aquellos cuerpos entierra
alguien que por ahí recorre.
Reza, sus almas socorre,
y hoy están bajo la tierra.
Cuando la noche se cierra
allí los búhos en corro
chillan y hasta viene un zorro
que con sus gritos aterra.

Se llena el lugar de matas,
y aquellas vacas veletas,
es fácil que esas trompetas
hayan parado las patas.
Después invaden las ratas
cuando se mueren los gatos
y solo viven de a ratos
dos perros que andan a gatas.

Hacen como una cabriola
para pararse del suelo.
De flacos voltean el pelo
y apenas mueven la cola
y en cambio antes por la sola
visión de una bagatela
toreaban que se las pela
formando una batahola.

Risa con pena contrasto:
un día un viejo de un puesto
de aquél mancarrón el resto
encuentra en el llano vasto.
Lo encuentra -bromas no gasto-
muerto con el freno puesto.
Ha muerto, está manifiesto
por no poder comer pasto.

Ve los huesos y el pelambre
y con mucha pesadumbre
tiene allí la certidumbre
que el caballo ha muerto de hambre.
Los gusanos en enjambre
andan en la podredumbre
y en monstruosa muchedumbre
se mueven bajo el matambre.

Si algún viajero se atraca,
ya de la noche en la boca,
y en el rancho desemboca
que habitó doña Siriaca,
sale allí una vieja flaca
y anda a caballo una chica,
es la imagen de la Quica
que en la sombra se destaca.

Y en esas llanuras solas,
cuando salen cosas malas,
se ven las vacas bagualas
que andan cimbrando las colas.
Y perro que hacen cabriolas
gatosy otros animales
corren por los pajonales
en tremendas bataholas.

Y si hay gauchos que ofrecen
y de noche por ahí cruzan,
van y sus perros asuzan
si visiones aparecen.
Se arrastran, cierpes parecen,
hasta el lugar se deslizan.
Pero cuando las divisan
las cosas desaparecen.

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