miércoles, 26 de octubre de 2011

La loca del Bequeló

(Recuerdos de la Guerra de Nueve años, 1843-1851)



En la enramada de un rancho viejo,
nido de gauchos cerca del Yí,
guitarra antigua, tierna lloraba
la triste historia que escribo aquí:

- ¿Sabéis paisanos, por qué ando errante
bajo estos bosques del Bequeló?
Me llaman loca; pero es mentira:
es que no tengo ya corazón.

Venid, paisanos, venid conmigo;
Diré mi historia junto al fogón.
¿Veis mis cabellos? Eran muy negros
Más que las alas del cuervo, más,
Están muy secos...tan blancos, blancos
como las flores del arrayán.

¿Veis estos ojos? No tienen vida.
Pues antes puros como el cristal,
fueron dos luces que se encendieron
en una aurora del Uruguay.

Tristes mis labios, son amarillos
Como corteza del butihá:
¡Ay! Los tenía rojos y alegres
como el penacho del cardenal.

Allá en la loma como un calvario
Veréis ruinas y un triste ombú;
Fueron mi cuna, fueron mi estancia,
Fueron mi nido verde y azul.

Cuando yo muera, clavad, paisanos,
Bajo aquel árbol mi humilde cruz;
Que allí murieron mis dichas todas;
Allí he perdido mi juventud.

Tenía un esposo que ardiente amaba
y un hijo bello que era mi Dios.
¡Ah, qué contenta perdiera el cielo
¡si yo pudiera ver a los dos!

Una mañana... !Maldita sea!
Cuando esta guerra se pronunció,
mi esposo tierno me dio un abrazo,
llorando mucho su hijo besó:

pálido el rostro tomó su lanza,
montó a caballo triste, y partió.
Aún me parece, lo ven mis ojos
de lejas lomas, haciendo ¡adiós!
¡Ay! mis paisanos, en ese día
Perdí un pedazo del corazón...

Pasaron meses, pasaron años,
llorando siempre, siempre peor,
cuando una tarde que al hijo amado
de mis entrañas contaba yo
del pobre padre, que no volvía,
la ausencia larga, su último adiós,

cruzando un campo llegó un sargento,
de su caballo se desmontó,
y al solo rayo de mi esperanza
estas palabras le dirigió:

¿Ves esta lanza?, fue de tu padre;
por su divisa bravo murió.
Tómala y vamos, no te demores,
Que en las cuchillas se duerme el sol.

Llorando mi hijo, me dió un abrazo,
montó a caballo triste y partió.
¡Ay! Mis paisanos, en esa tarde
quedó mi pecho sin corazón.

Ya van dos veces que las torcazas
dulces arrullan en el sauzal,
y los boyeros, cantando alegres,
Cuelgan sus nidos del ñandubay;
pero no he visto más a mi hijo
desde esa tarde negra y fatal.

Allá en la loma, como un calvario,
veréis ruinas y un triste ombú;
cuando yo muera, clavad paisanos,
bajo aquel árbol mi humilde cruz...

Esta es la historia que en la enramada
de un rancho viejo, cerca del Yí,
sobre las cuerdas estremecidas
de una guitarra llorar oí.

Y al escucharla, con honda pena
mi labio trémulo triste exclamó:
¡Ay, Cuántas locas habrá en mi patria
como la loca del Bequeló!



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