sábado, 8 de octubre de 2011

Canción secreta


I
Le vi desnudar su cobre
para jugar en el agua,
por los súbitos rumores
pajareros de una rama.

Yo estaba solito y solo
sentado en una barranca
mirando el chisporroteo
de un cardumen de mojarras,

y era una tarde estío;
por el Huerto de los Talas,
el aire rodaba dulce
como miel de lechiguanas...

Su fina piel de guayabo,
silo de soles, andaba
de las caricias del río
al abrazo de la playa;

y era redondo el arrullo
caliente de las torcazas,
y el churrinche prisionero
de mis sienes, palpitaba
palpitaba... y ella, abría
su risa como jaula.

II
Se lo dije sin los ojos.
Se lo dije... con palabras
que iban muriendo en el río
como frases deshojadas,
como pétalos mordidos,
como migas de esperanzas.

Nos quisimos en la ardiente
medialuna de la playa;
me obsequió una flor de ceibo,
pero la dejé olvidada...
Recorrimos el cariño
desde el cobre hasta la plata,
y hasta el pago de los grillos
por un trillo de chicharras.

Se me marchó con la luna
(La luna vino a buscarla
por los senderos del monte,
con mucho miedo en la cara).

III
Nos vimos de tarde en tarde:
mientras campeaba sus vacas,
visitábamos el trébol,
los maizales y las parvas,
y una tarde, nos cubrieron
los hinojos, que levantan
sus sombrillas amarillas
como niñas estiradas.

Y después...
fue en el invierno;
una tarde fría y clara,
como las gotas de lluvia
que se escurren por los talas.

Me dijo sílabas tristes,
parecidas a las lágrimas,
y yo... cosas parecidas
a pañuelos contestaba.

Pero todo fue de balde;
la suerte ya estaba echada
y hubo que romper las horas
como se rompen las cartas...

Cuando me dijo el adiós
me desgajé sin palabras;
gritó el lucero, angustiado
de verme solo en la playa

y... creo que fue esa tarde
que yo encontré mi guitarra.

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