miércoles, 29 de junio de 2011

Un baile del tiempo viejo


Rezongaban en un rincón,
el teclao de la cordiona,
una mazurca lerdona,
que llegaba al corazón.
Era un rancho de terrón,
ande la fiesta se hacía,
y cada candil ponía,
en la paré senicienta,
la claridá amarillenta
que la llama producía.

Se sentían las parejas,
mesmo que en un pisadero,
y oservando el entrevero,
se volvían ojos, las viejas.
Los mozos, en las orejas,
de las mozas como flores
iban goteando primores,
con palabras de alabanzas,
¡haciendo criar esperanzas,
pa después trensar amores!...

El malambo, galopiando
los tacos en las mudanzas,
resultaba entre las danzas,
un contrapunto bailando.
Y para dirse probando,
los mozos, se desafiaban.
Las mujeres suspiraban,
y con el oido al rasgueo
se ajustaba el zapateo,
y los aplausos volaban.

Cáiba a la fiesta un cantor,
que una guitarra pulsaba,
y a su compás desgranaba,
la espiga de su dolor.
Luego un viejo decidor,
cortándole el bordoneo,
después de hacer un rodeo,
pa contar un sucedido.
Al cantor, por ser cumplido
lo envolvía en un floreo.

Con cuidao en la cocina,
revolvían el chicolate,
dejando de lao el mate,
por tan rica golosina.
Se hacía puchero'e gallina;
tortas de horno, empanadas,
las brasas desparramadas,
abajo'e los asadores,
daban con sus resplandores,
color a las enramadas...

¡Bailesitos que se jueron,
por el progreso barridos!
donde se tejieron nidos,
donde las dichas se hicieron!
Los que de lejos vinieron
aventaron los fogones,
¡Pero hay en los corazones
argentinos, todavía,
bien hondo, la simpatía
por las viejas tradiciones!

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