jueves, 16 de junio de 2011

Amor criollo

En un pingo pangaré
con un freno coscojero,
buen herraje y buen apero
en dirección a Cufré
va el paisano Juan José
orillando una cañada,
con camisa bien planchada
un clavel rojo retinto,
puñal de plata en el cinto
y bota fuerte lustrada.

Va en procura del lucero
a quien le ha tendido el ala,
y lleva clavel por gala
en la cinta del sombrero,
que si el gaucho es altanero
cuando del honor se trata,
su valor se desbarata
ante los mismos antojos
del puñal de aquellos ojos
con que la china lo mata.

Ella es linda y querendona,
él es buen mozo, y por eso
estendieron sin tropiezo
de su dicha la carona
donde cada cual entona
la canción de sus anhelos,
ella mirando a los cielos
y esperando su llegada;
y él buscando la picada
para calmar sus desvelos.

Va tarareando un estilo
en que el nombre de su amada
se entrevera en la entonada
como luz de refucilo,
vaga rodando el acento
que con hondo sentimiento
como quien cantando sueña,
hasta el rancho de su dueña
le manda en alas del viento.

Juan José por fin divisa
sobre el verde de una loma,
el nido de la paloma
donde sus penas suaviza;
y como quien muy a prisa
llegar al nido desea,
al pangaré lo espolea
como diciéndole: ¡vuela!,
que esatará de centinela
y es hora de que la vea.

Después de un largo tirón
al final de la carrera
se apeó el gaucho en la tranquera
donde estaba su ilusión.
"¡Dios te guarde, corazón!"
-dijo maneando el corcel,
y con palabras de miel
al apretarle la mano-:
"para vos este hortelano
ha cuidado este clavel".

"Lo guardaré, si tan bueno,
-le dijo ella al jardinero-,
entre mis trenzas primero
y después entre mi seno", -
y el gaucho de gozo lleno
le arrancó al punto: "mi encanto,
¡si eso no merece tanto!
basta con que alguna vez,
con cariño me mirés
y nunca te cause llanto".

Se sonrió la china, y luego
dijo con tono campechano:
-"Para un mate de mi mano
ya tengo el agua en el fuego".
-"¡Si a eso vengo! Y no lo niego
porque nunca sé mentir".
-"¿Entonces se va a servir?
aunque la yerba no es buena..."
-"Eso no me causa pena,
¡la pena es tenerme que ir!"

Y sin hacer más descargo
fue Juan José con su china
a tomar en la cocina
el sabroso mate amargo;
y lo que allí se juraron
mientras que lo saborearon,
lo que a solas se dijeron,
lo que allí se prometieron,
eso a naides lo contaron.

Lo cierto es que Juan José
que era paisano jinete,
montó de un salto en su flete
y muy risueño se fue,
y cuando ya el pangaré
al galope se tendía,
de cuando en cuando volvía
el rostro para mirar,
si alcanzaba a divisar
a su prenda todavía.

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