domingo, 9 de enero de 2011

La serenata

(Pintura: Carlos Montefusco)
De lo agreste del follaje
y las flores de la loma
roba la brisa el aroma
que desparrama en su viaje.
Y emborrachando el paisaje,
mágicamente oportuna,
llora que llora la luna
con lagrimones de plata,
porque la laguna ingrata
le ha robado la fortuna.

Guarda el monte de espinillos
el silencio de sus nidos,
y en el potrero, escondidos,
cantan los ásperos grillos.
Chairan sus férreos cuchillos
en la quietud bienhechora;
y un viejo sauce que llora
ha prolongado su llanto
y derrama su quebranto
sobre un rancho de totora.

Luego de un galope fuerte
que ha llegado por la senda,
ronda un cantor la vivienda
donde lo espera su suerte.
Cuando la moza despierte
con la canción de su dueño,
con su mirar halagüeño
y una sonrisa lozana,
ha de abrirle la ventana
y le contará su sueño.

- "No te muestres desdeñosa.
Abre, que la luna clara,
viendo tan blanca tu cara
ha de sentirse envidiosa.
Dulce mujer cariñosa,
pura y bellísima flor:
Abre, que tu payador
quiere mirarse en tus ojos
y besar tus labios rojos
para no morir de amor".

Y la novia del trovero
es como un clavel del aire
al florecer su donaire
bajo la crin del alero.
Lugo el temblor del lucero
surge con su primer guiño,
mientras la luna de armiño
vierte sus flecos plateados
sobre los enamorados
que se arrullan con cariño.

Y en la tierra despedida,
con dulzura descubierta
sueña la moza, despierta,
verlo soñando dormida.
Tras la ventana florida
vuelve a ocultar su embeleso;
y al emprender su regreso,
el payador, por la senda,
aún conserva de su prenda
el sabor dulzón de un beso.

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