viernes, 23 de octubre de 2009

Ocaso


Con flecos grises de yuvia
se había emponchado la tarde
y el viento creció angustiando
ramas desnudas de sauces.
El frío, oviyaba perros
ayí donde iban a echarse
y cuando las horas lerdas
mañeriaban pa'marcharse
pa'echar por delante el tiempo
solía ensiyar su mate.

Los años, manea redonda,
que nadie puede sacarse;
al acortarle su tranco,
le achicaron el paisaje...
Y él, que montado en sus moros
no envidió el vuelo a las aves
ni preguntaba: "¿pa' dónde?",
cuando le salían los viajes...
Se le hacen leguas los metros
que hay desde'l fogón al catre.

Curiosidá de gramiya
borra el patio al atracarse
y se confunde el alero
con los verdes cicutales.
Del potrero sin tropiya,
se adueñaron los cardales
y el silencio de un cencerro
que'scucha por todas partes;
le va amadrinando penas
qu'n su alma van a rodiarse.

Desde la puerta del rancho,
mirando pasar la caye,
de tanto buscar distancias
sus ojos solían nublarse...
y se iban con una tropa
por mil rumbos y parajes.
Parajes que yebó el tiempo
pero como él no lo sabe,
desensiya y hace noche
rondando sueños baguales.

Y así se marchó su vida,
lo mismo que aqueya tarde,
con su tropiya e'recuerdos
reseriando soledades.
Su nombre por los fogones
siempre se toma algún mate
o entra en las pulperías
y se acoda entre'l gauchaje;
pues no murió aquél resero,
sólo se fue en otro viaje.

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