lunes, 19 de octubre de 2009

El moro de los Videla


En un potrerito chico
del campo de los Videla,
fue que al pasar pa la escuela
lo vi asomando el hocico...
Por algo que no me explico
allí me quedé parao,
contemplando emocionao
en un silencio profundo,
pa verlo venir al mundo
igual que un pollo mojao.

La madre era una rosilla
que al verla el patrón, preñada,
la apartó de la manada
cuando vendió las tropillas;
y por esas maravillas
que Dios al mundo le ha dao,
nació un morito tiznao
que sin temor a golpearse,
al rato quería pararse
tanteando como un mamao.

A la semana ya andaba
retozando en el potrero,
o coriendo algún ternero
que curioso lo miraba,
y al verme que yo pasaba
cada mañana temprano,
solía esperarme baqueano
y al verme yo sin testigo,
como si fuera mi amigo
le decía "adios" con la mano.

Pero quiso el romerillo
cobrarle a la yegua el cuero,
y solito en el potrero
quedó un día el potrillo.
Se le fue apagando el brillo
de su pelaje gauchón,
y chaplinudo y panzón
se fue criando como pudo,
entre liebres y peludos
y algún holando mamón.

Así tres años pasaron
medio atrás quedó mi infancia,
y pa pionar en la estancia
los Videla me tomaron.
Mis quehaceres me llevaron
hasta aquél potrero un día,
donde el morito lucía
su condición de orejano,
sin que jamás una mano
lo haya tocao toavía.

Ni bien peché la tranquera
hizo sonar las narices,
mal llevao, como quien dice,
buscando echarse pa juera.
Tenía una crin entera
como el pastizal del llano,
y al ver que su instinto indiano
de mi presencia recela,
como cuando iba a la escuela
lo saludé con la mano.

Pa mi que aquella señal
fue una luz en su memoria,
y sirvió pa que esta historia
tenga un hermoso final.
Un relincho colosal
soltó al pararse en dos patas,
y ante mi sonrisa grata
que su nobleza refleja,
vino a rascarse la oreja
al borde de mi alpargata.

El patrón que conocía
mis andanzas de muchacho,
y de aquél potrillo guacho
su triste historia sabía,
me mandó llamar un día
y ante mis ojos atentos,
desnudó su sentimiento
con un gesto que hoy valoro;
regalándome aquél moro
por mi buen comportamiento.

Se podrán imaginar
el alegrón que me dió,
que ni bien me lo entregó
lo empecé a remodonear.
Ni mira de corcovear
cuando le puse el recao,
y al mes y medio clavao
andaba, sin ser jactancia;
luciéndome por la estancia
con el moro de bocao.

Un sentimiento de hermano
creció por él con empeño,
sin que conozca más dueño
que mi recao y mi mano.
Y hasta ese amor soberano
que aun comparte mi existencia
pudo calmar mi impaciencia
sentadas en sus ancas recias
cuando al salir de la iglesia
rumbeamos pa la querencia.

Y ahí en más vivió prestando
los años que hoy amontona,
con su pintita gauchona
que lo sigue acompañando.
En un corral trabajando
o recorriendo potreros
cargando al anca algún cuero
o tirando agua en el jaguel,
o al ruido del cascabel
con el sulky dominguero.

Hoy está pa otros quehaceres
porque entuavía tiene tela,
y va con tres a la escuela:
un varón y dos mujeres.
Cumplidor pa los deberes
ya está ensillao de temprano,
y al verle alejarse ufano
con los chicos de testigo,
porque siempre fue mi amigo
lo despido con la mano.

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