martes, 3 de marzo de 2009

Un viaje en ómnibus.


Grande, pesao, barrigón,
ñato, lo mesmo que un chancho,
con forma, mezcla de rancho,
de casa de alto o galpón;
el ómnibus rezongón
dispara por cualquier lao,
solo, vacido o cargao,
cambiando de direcciones,
y arrancando en tres tirones,
cada vez que se ha parao.

Agarrao de la ruedita
va adelante el que maneja,
serio y parando la oreja,
al mando de la piolita.
Y atrás, con la carterita
en el cogote colgada,
grita con voz entonada,
lo mesmo que un comendante:
"¡un poco más adelante!"
- a la gente amontonada-.

Y viajan, como prensaos,
cuando ya no caben más,
adelante como atrás,
se quejan los apretaos.
Algunos, como colgaos
de las guasquitas del techo,
y no falta el satisfecho
que muestra cara de bueno,
mientras en bolsillo ajeno
escarba pa su provecho.

Las mujeres, sofocadas,
aguantan los apretones,
¡algunas como almohadones,
blanditas y delicadas!
O dicen con las miradas,
que es muy grande el descontento,
cuando hay algún desatento,
que va cómodo sentao,
¡y se hace el disimulao,
pa no entregar el asiento!

Así, al fin de la jornada,
se llega, entre pisotones,
manoseos, refregones,
sobao como tabaquera,
después, cuando puerta ajuera
quiere la gente salir,
ahí se remata al sufrir,
porque empieza el forcejear,
entre el que quiere bajar
y el afanao por subir.

A esta tropilla de males
le llaman comodidá.
Lo cierto es que en la ciudá
no piensan todos iguales,
yo prefiero a mis baguales,
o andar en un reservao,
y no viajar apretao
en un ómnibus pueblero,
que me ha resultao tan fiero
como un galpón con rodao.

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